Irán y el arco chií

  1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Ignacio
  2. Casabón, Cristina
Aldizkaria:
Política exterior

ISSN: 0213-6856

Argitalpen urtea: 2016

Alea: 30

Zenbakia: 171

Orrialdeak: 62-69

Mota: Artikulua

Beste argitalpen batzuk: Política exterior

Laburpena

La creciente tensión entre Arabia Saudí e Irán tiene efectos desestabilizadores en Oriente Próximo y en el interior de esos dos países. La movilización de la población chií en el conflicto sirio y en el yemení amenaza con reconfigurar las identidades sectarias en la región. Algo está cambiando en Oriente Próximo. Los años de aislamiento de Irán han llegado a su fin y su plena rehabilitación parece ser cuestión de tiempo. A pesar de que Teherán no ha modificado su política exterior ni ha promovido una reforma interna, las sanciones occidentales han empezado a levantarse. Este giro se explica aludiendo a varios factores, entre ellos el creciente peso de Irán en el tablero regional y el acuerdo sobre su programa nuclear. La rehabilitación está siendo acompañada de una intensificación de las tensiones con Arabia Saudí. La rivalidad entre ambos países no ha dejado de incrementarse desde que Estados Unidos derrocó a Sadam Husein, decisión que rompió los equilibrios regionales, colocó a Bagdad en la órbita de Teherán y desató una ola de violencia sectaria cuyas réplicas se sienten hoy en Irak, Siria y Yemen. La consolidación del arco chií El régimen iraní vive uno de los momentos más dulces desde el triunfo de la Revolución Islámica de 1979. Por primera vez no debe preocuparse por garantizar su supervivencia política, sino que además goza de una proyección exterior con la que difícilmente hubiera soñado hace tan solo unos años. Irán ha sabido mover de manera acertada sus peones regionales para extender su influencia en Oriente Próximo. La ocupación estadounidense en Irak allanó el terreno para que Irán tutelase el gobierno sectario establecido en Bagdad, y la intervención iraní en la guerra siria favoreció la intensificación de los lazos con Bachar el Asad. La caída del presidente Abdallah Saleh en Yemen permitió, a su vez, el ascenso del movimiento Ansar Allah, que aglutina a los chiíes de la corriente zaidí. Sobre este suelo fértil, Irán ha formado un arco chií que va desde Irán hasta Líbano pasando por Irak y Siria, extendiéndose a otros países de la península Arábiga con población chií, ya sea mayoritaria como en el caso de Bahréin o minoritaria como Yemen. De esta manera, Irán se ha convertido en una potencia regional que dispone de una profundidad estratégica sin precedentes. La irrupción en escena del autodenominado Estado Islámico (Daesh, en sus siglas en árabe) no ha debilitado Irán, sino más bien al contrario. Los presidentes de Irak, Haider al Abadi, y Siria son ahora más dependientes de su patrón iraní, que no ha dudado en desplegar a la Guardia Republicana en dichos países para apuntalar a sus aliados y frenar el avance yihadista. Una muestra de este peso específico es que incluso EEUU se vio obligado a coordinar sus operaciones con las fuerzas iraníes para expulsar a Daesh de Tikrit en marzo de 2015. Por otra parte, Irán ha fortalecido sus lazos con el Hezbolá libanés y también está detrás del crecimiento de las diferentes milicias chiíes que operan tanto en Siria como Irak. Dichas milicias, entrenadas y armadas por la Guardia Republicana iraní, se encuentran desplegadas en torno a los principales santuarios chiíes desperdigados por la región, y han asimilado la ideología del velayat-e faqih (gobierno) que implica la lealtad política, social y religiosa al líder supremo iraní, Alí Jamenei. Uno de los principales mecanismos de movilización de estas milicias chiíes es precisamente la necesidad de frenar el avance de Daesh y la expansión del wahabismo, consideradas por Teherán como dos caras de la misma moneda